No puedo negarme el placer de citar a Martín Luis Guzmán, de la novela que leo en estos momentos (aunque debí leerla para hace algunos meses en mi clase de Historia de México II, ahora me parece más interesante) La Sombra del Caudillo.
Hubo un largo espacio en que Rosario, silenciosa, no apartó los ojos de la monaña distante (...)
- ¿Qué tendrá- dijo- el Ajusco, que no se cansa usted de mirarlo?
Rosario no dejó d ever hacia la montaña, y respondió:
- Lo miro porque me gusta.
-¡ Bonito modo de contestar! Que le gusta a usted lo supongo. Pero ¿por qué le gusta tanto?
- Porque sí.
- Razón de mujer.
- ¿ Y no soy yo mujer? Pues por eso, ni más ni menos, es por lo que me gusta el Ajusco: porque soy mujer.
- ¿Más que los dos volcanes?
- Más.
- No lo creo.
- Porque usted es hombre.
- Nada tiene que ver eso. ¿Cómo ha de preferir usted ese monte negro y tosco a la hermosura luninosa de los dos volcanes? Y si no, mírelos y compare.
Rosario sonrio con aire conmiserativo. Dijo poco a poco:
- A usted, señor general, le gustan los volcanes por que tienen alma y vestidura de mujer. A mi no. A mí me gusta en Ajusco, y me gusta por la razón contraria: porque es, de todas las cosas que conozco, la más varonil.
- ¿De todas?
- De todas.
- ¿Sin excepción ninguna?
- Ninguna.
- Es decir, que para usted el Ajusco es más varonil que yo.
La petulancia de Aguirre fue sonriente; la desaprobación de Rosario, ruidosa:
- ¡ Huy, que presuntuoso! ... ¡ Compararse con el Ajusco!
Y luego, desafiante, añadió:
- Si usted fuera el Ajusco...
Ay, que pláticas tan poco insinuantes las de los enamorados de los 20´s. Tal vez por eso, al final, con sólo acariciarse la piel, lograban evocar de tal manera los sentidos...No diré más, seguiré leyendo.